El filme de Salles es todavía más poderoso que solo por su factura técnica, artística e interpretativa: es un arma, un refuerzo, un contrafuerte para recordar
Si miramos las fotos que la familia Paiva tiene guardadas en cajas, a las que se tomaron después del 21 de enero de 1971 les falta algo. Donde antes había un hombre con bigote ya no hay nada. Para cualquiera que las observe, ese hueco solo ocupa lo que una persona, pero para el clan protagonista de esta historia no existe unidad capaz de medir ese vacío.
Una foto, al final, solo cobra todo su sentido cuando la mira quien sale en ellas. Activan el recuerdo. Son un ‘souvenir’ de un tiempo pasado. Su defecto es lo que las hace tan especiales: dependen casi en su totalidad de la memoria. Y, como no podemos fiarnos de ella, hay que tirar de palabras y especificar en su dorso año y evento. Aún estoy aquí es como esas letras que explican el qué y el cuándo a los que no salen en la foto. La nueva película de Walter Salles nos hace entender no solo los retratos de los Paiva, también un poco mejor el Brasil de la dictadura militar, la misma que asesinó a Rubens, el patriarca de la familia, el hombre con bigote cuya muerte cambió la vida de su mujer e hijos.
Aún estoy aquí es la sorpresa de los Oscar 2025 con tres merecidas nominaciones y cuenta la historia real de Eunice, una ama de casa y madre de cinco hijos que debe reconstruir su vida después de la desaparición de su marido, un expolítico e ingeniero civil. Tras ser trasladada a una prisión en la que es sometida a violentos interrogatorios diarios, Eunice regresa a casa y toma una decisión radical cuando confirma que Rubens está muerto: vender la casa que tienen al lado del mar, volver a la ciudad y estudiar derecho.
Lo nuevo de Salles, una adaptación de las memorias del mismo nombre de Marcelo Rubens Paiva -hijo de Eunice y Rubens-, es un relato crudo sobre la resiliencia y un drama que coquetea con muy buen gusto con el ‘thriller’. Lo fácil aquí era caer en el tipismo de las películas que cuentan una historia real: perder la sutileza en aras de la reiteración y olvidarse de que en ese qué se cuenta también está el cómo se cuenta. Aún estoy aquí es brillante capturando el antes y el después de una vida familiar que, irremediablemente, muta por la tragedia.
Pero de nada hubiese servido el buen trabajo de Salles sin su protagonista. Fernanda Torres da vida a Eunice en un alarde de interpretación poderosa, sostenida, elegante y empática. Un trabajo de esos en los que la actriz sostiene, abraza y comprende tanto a su personaje que consigue que los silencios y los gestos signifiquen mucho más que las palabras.
Aún estoy aquí está nominada al Oscar a Mejor película, a Mejor actriz y Mejor película internacional. ¿Merecidas? Sí. El filme de Salles está a la altura de la excelencia de The Brutalist, Anora, Cónclave, La sustancia y Dune 2; y la interpretación de Torres -se llevó el Globo de Oro a Mejor actriz de drama- es magistral y bien vale uno de los galardones de la Academia de Cine de Hollywood.
Un arma contra el olvido

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La película de Salles es entretenimiento, pero también documento del oscuro episodio que ha vivido Brasil desde 1964 hasta 1985. Y, como el mayor enemigo de la historia es el olvido, Aún estoy aquí es todavía más poderosa que solo por su factura técnica, artística e interpretativa: es un arma, un refuerzo, un contrafuerte para recordar.
El cuerpo de Rubens Paiva nunca se encontró. Eunice peleó el resto de su vida para que se reconociera la muerte de su marido. Se hizo abogada, activista por los derechos de las víctimas de la represión política, hizo campaña para abrir los expedientes de la dictadura y defendió los derechos de los pueblos indígenas de Brasil.
Eunice mantuvo viva la historia de su familia hasta que el Alzheimer lo fue borrando todo. También el que parece uno de sus recuerdos más preciados: la última vez que vio a Rubens, diciendo adiós con la mano y sonriendo desde la calle, justo antes de meterse dentro del coche que le llevaría hasta su muerte. No hay foto de eso, pero no hace falta. Son unos segundos de Aún estoy aquí que se quedan impresos en la memoria.