Puede que ahora parezca una locura, pero, fuera de Japón, el primer anime de Dragon Ball fue un fracaso. Las aventuras de este niño peleón no terminaban de interesar demasiado, y por eso decidieron añadirle la Z (además de por motivos promocionales: las aventuras de Goku adulto podrían dar muchísimo más dinero en merchandising). Acertaron de pleno, como ahora sabemos, y así se fraguó una de las franquicias más exitosas de la historia. Y eso que nuestro héroe estuvo a punto de ser un simple mono.
Haciendo el mono
Y es que en un principio la idea de Akira Toriyama era adaptar la novela Viaje al Oeste, tal cual. Su protagonista, Goku, sería el Rey Mono en sí mismo. Estaba convencidísimo, pero la respuesta de su mujer, sus amigos y sus editores no fue positiva, así que decidió revisar a sus protagonistas. Según Kazuhiko Torishima, su primer editor, «si el protagonista fuera un mono, nadie podría identificarse con él». Bueno, El amanecer del planeta de los simios discrepa.
Entonces el mangaka decidió que el protagonista fuera un niño bueno (con el palo a la espalda, eso sí) acompañado de una especie de prototipo de Bulma llamada Pinchi. Sin embargo, fue rechazado precisamente por esa imagen de niño bueno sin mucha energía. En la cabeza de Toriyama ya era Dragon Ball, pero en la vida real aún costaba verlo.
Justo antes de conseguir dar en el clavo, el autor afinó un poco más, añadiéndole cola a Goku (ya que le pidieron que tuviera un símbolo que le distinguiera) y añadiéndole una personalidad más divertida a Pinchi, que originalmente era excesivamente seria. Alrededor de este momento surgió la idea de «los ocho orbes relucientes» que, al juntarse, dejaran salir a un dragón legendario. El resto ya os lo sabéis. Y es que, a veces, hay que darse muchos topetazos contra el suelo para acertar.