Estrenada en 1977 tras una producción particularmente complicada y caótica, la única película de guerra del inmenso Sam Peckinpah es una pura obra maestra
En 1998 la prensa y el público se rindieron a los pies de una película bélica que, bajo la batuta de Steven Spielberg, había logrado convertirse en una de las cintas de guerra más realistas de todos los tiempos. Ambientada en torno al Desembarco de Normandía uno de los episodios clave de la Segunda Guerra Mundial, Salvar al soldado Ryan no prescindió de escenas en difíciles de ver, cuerpos destrozados o carbonizados en medio y secuencias de acción realmente perturbadoras que no pasaron desapercibidas tampoco entre los más veteranos soldados, que elogiaron el realismo del trabajo realizado por Spielberg.
Sin embargo, 21 años antes, Sam Peckinpah ya había causado un gran impacto con La Cruz de Hierro en 1977, la única película de guerra del director y una de las mejores películas de guerra jamás realizadas.
Una película de violencia extremadamente realista que buscaba y conseguía disgustar a los espectadores, pese a algunos comentarios de la época que acusaron a Peckinpah de glorificar la violencia a lo largo de su carrera.
Frente ruso, Península de Taman, 1943. Los ejércitos alemanes se retiran. Al regimiento comandado por el coronel Brandt llega un nuevo comandante de batallón, Stransky, un aristócrata prusiano, que se ofreció como voluntario para el frente ruso con el fin de traer de vuelta una Cruz de Hierro, codiciado símbolo de valentía. Sin embargo, inmediatamente se desarrolla una profunda antipatía entre este último y el sargento Steiner, un luchador amado por sus hombres y que desprecia a los oficiales.
Adaptación de la obra homónima del escritor Willi Heinreich, Peckinpah encontró muchas dificultades para sacar adelante la película. El guion tuvo que ser revisado varias veces, la financiación inicial resultó ser insuficiente y el rodaje en Yugoslavia tampoco estuvo exento de ciertas problemáticas. Sin embargo, el cineasta conseguiría una película de fuerza implacable, violentamente antimilitarista despojada de grandeza y heroísmo y con una diferencia clave respecto a otras películas sobre el conflicto armado en aquella época. Y es que La Cruz de Hierro fue rodada desde el punto vista de los soldados alemanes.
Magnificada por el formidable trabajo del director de fotografía John Coquillon y la destreza de Peckinpah en el montaje, la película se vería elevada a su vez por la inmensa interpretación de su elenco protagonista, liderado por James Coburn y Maximilien Schell.
El gran maestro Orson Welles dijo que La Cruz de Hierro era la mejor película bélica que había visto desde Sin novedad en el frente (1930) y, según ha trascendido, una de las cosas que más le gustó fue el hecho de que la historia fuera contada desde el punto de vista de un soldado ordinario alemán.
En 1979 se produjo una secuela, Cerco roto (1979), estrenada dos años después pero tan solo una pequeña parte del elenco estaba de vuelta y que fue recibida con poco entusiasmo tanto por el público como por la crítica.