Lo nuevo de la directora de ‘Las niñas’ lidera la tercera jornada del certamen, en la que también tienen están ‘The End’, ‘Las chicas de la estación’ y ‘Necesidades de una viajera’
Hay una extraña sensación de paz que se queda después de ver Los destellos y no se va. Extraña porque la situación de la familia protagonista de lo nuevo de Pilar Palomero no es fácil: la enfermedad terminal de uno de sus miembros. Es un relato duro, pero tan lleno de calma, con una mirada tan serena y tanta bondad que acuna y reconforta.
La directora española adapta en su último proyecto la novela Un corazón demasiado grande de Eider Rodríguez. El filme, que compite por la Concha de Oro en la Sección Oficial, sigue a una mujer, Isabel, que acepta cuidar a su expareja Ramón, quien padece una enfermedad terminal y con quien comparte una hija llamada Madalen. Isabel ha rehecho su vida tras la ruptura y la comparte con Ignacio, su actual pareja.
Después de hablar sobre la pérdida de la inocencia en Las niñas (2020) -ganadora de cuatro premios Goya, incluido el de Mejor película- y la maternidad en la adolescencia con La maternal (2022) –Carla Quílez se alzó con la Concha de Plata a Mejor interpretación en el Festival de San Sebastián 2022-, Palomero trata la muerte en su nueva película construyendo así, puede que de forma accidental, una suerte de tríptico vital: nacemos, nos reproducimos y morimos.
Sus tres largometrajes comparten un elemento, el de la niña, adolescente o joven a la que le toca enfrentarse a una tarea que parece destinada a los adultos. Si en Las niñas era aceptar la realidad de su padre ausente y en La maternal la maternidad en la adolescencia, en Los destellos es el cuidado de un progenitor. Y, también manteniendo su buena mano para encontrar actrices nuevas, Palomero presenta aquí a Marina Guerola, la hija de los protagonistas y la gran sorpresa del año en el cine español. Guerola interpreta con tanta naturalidad, verdad y carisma que una se pregunta, cuando la ve desenvolviéndose en pantalla, dónde ha estado todo este tiempo. Ella y Antonio de la Torre protagonizan la escena reina de la película, un momento de esos que ves una vez en tu vida y ya no olvidas nunca.
Verdad, precisamente, es algo que abunda en la filmografía de Palomero. Sus películas habitan en una frontera en duermevela entre lo real y la ficción. Los destellos repite esa sensación que, como un hechizo, convierte ciertos momentos del filme en algo que parece un documental. Culpa de ello la tiene la forma de rodar de la cineasta, pero también de sus actores. Patricia López Arnaiz, Julián López, De la Torre y Guerola se pasean por la pantalla como si no fuesen lo que son: intérpretes. Rebosa todo tanta autenticidad en Los destellos que es como si Palomero nos hubiese abierto un agujero por el que ver el día a día de una familia preparándose para lo inevitable.
Pero esa búsqueda de lo real no le impide a Palomero jugar un poco con la imagen. Ramón, interpretado por De la Torre, es un fantasma al inicio del filme. La cineasta le esconde en las sombras hasta que Isabel, a quien da vida López Arnaiz, acepta que tiene que dejar que vuelva a su vida. Porque de eso va también Los destellos, de esas personas tan generosas y pacientes que acompañan al moribundo, y de esas personas tan generosas y pacientes que acompañan al que acompaña. «¿Tienes a quien te cuide?», le preguntan a Isabel después de este punto de inflexión en su vida. «Sí» responde. Ella tiene a Ignacio, el papel de López, un bálsamo para Isabel y Madalen, pero también para el espectador. Un personaje que también cuida, que reconforta y que sabe cuál es su lugar.
Pese a la gran carga dramática de la historia, Palomero nunca busca la lágrima fácil. Ni el grito. Ni el llanto. Ni la exagernación. Al contrario. Trata la muerte y su espera con una grandísima serenidad, dignidad y madurez. Y lo hace sin prisas, con un tremendo aplomo, entereza y sosiego. Los destellos te atraviesa sin que te des cuenta. Permea y se cuela muy dentro. Yo me he quedado a vivir en ella.
‘The End’: El apocalipsis musical
El fin del mundo llegó cuando la noche se hizo eterna. Encontrar comida en el apocalipsis de The End se ha vuelto una tarea imposible y la vida es cada vez más difícil. Claro que la familia protagonista, una de las que contribuyó a que el mundo terminara, no sabe lo que es eso. Llevan 20 años viviendo en un búnker con todas las comodidades: hay comida por doquier, cuadros de Renoir, libros, agua, música… Están rodeados de lujos. La calma e inocencia en la que vive el único hijo del matrimonio protagonista, a quien interpreta un comprometido George MacKay, empieza a resquebrajarse cuando una misteriosa chica aparece en su guarida.
The End, lo nuevo de Joshua Oppenheimer, otra de las películas que compite por la Concha de Oro en la Sección Oficial, es un musical apocalíptico que parte de una idea interesante, pero que se vuelve fatigante e insoportable en su empeño de que todos sus personajes tengan voz.
Oppenheimer recalca con su película que, por mucho dinero que tengas, la muerte nos llega a todos y la culpa es un sentimiento del que no nos podemos deshacer. El padre y la madre protagonistas, a quienes dan vida unos poco memorables Tilda Swinton y Michael Shannon, intentan resarcirse de sus pecados continuamente. Él, partícipe del apocalipsis, quiere cambiar su historia obligando a su hijo a blanquear sus memorias. Ella, que dejó a su familia atrás, intenta construir un hogar y se obliga a no pensar en el pasado o cualquier cosa deprimente. En el búnker no hay cabida para la tristeza, la felicidad es una obligación y la depresión se adormece con pastillas mientras todo se reviste de falsa ingenuidad.
La llegada de una chica joven, atormentada como el personaje de Swinton por abandonar a su familia para sobrevivir, convoca el nerviosismo y la incertidumbre dentro del búnker, pero también se convierte en el ‘coming-of-age’ del personaje de MacKay, cuyo mundo, tal y como lo conocía, se destruye.
The End es una experiencia agotadora. Si el apocalipsis se parece en algo a esto, prefiero no aparecer en la lista de supervivientes.
‘Necesidades de una viajera’: La barrera del idioma
En Necesidades de una viajera, una de las Perlas de este festival, Isabelle Huppert se pasea por las afueras de Seúl intentando convencer a la gente para que aprendan francés con un método que acaba de crear. No ha dado nunca clases y no es profesora, pero tiene un carisma y una forma de vivir la vida, tan anclada en el presente, que contagian.
Lo nuevo del director Hong Sangsoo parece un cuento de niños. Uno en el que una especie de hada, algo juguetona, desvergonzada y divertida, va hechizando con su varita las vidas de los desconocidos que se cruzan con ella. El filme es tan ligero que es difícil saber qué dirección está tomando y, aunque la protagonista tiene encanto, a la película le falta magnetismo.
Lo que sí es interesante de Necesidades de una viajera es su forma de explorar el lenguaje. El filme habla de la barrera del idioma a la hora de expresar lo más profundo que sentimos en nuestro interior. Una cosa es hablar sobre el tiempo, pero otra muy distinta es verbalizar lo que nos pasa por dentro en otro lenguaje que no es el materno. Ahí, Necesidades de una viajera lo clava. Haz la prueba: ¿Qué sientes en lo más profundo de ti al ver una película? En inglés, por favor.
‘Las chicas de la estación’: El infierno de los menores tutelados
Era un secreto a voces, pero todo estalló en la Nochebuena de 2019. Un grupo de hombres violó a una menor tutelada en Mallorca y el crimen destapó una realidad mucho más macabra si cabe: la existencia de una red de tráfico de drogas y prostitución de niñas tuteladas por los servicios sociales del gobierno de Baleares.
Han pasado cinco años y este suceso se ha convertido en la nueva película de Juana Macías, una directora cuya carrera se ha dirigido más hacia la comedia que al drama con películas como Embarazados (2015), Bajo el mismo techo (2018), Fuimos canciones (2021) y El favor (2023).
Las chicas de la estación cuenta la historia de Jara, Álex y Miranda, tres chicas interpretadas por Julieta Tobío, Salua Hadra y María Steelman que han crecido en un centro de menores. El cumpleaños de Jara se acerca y quieren celebrarlo en el concierto que da su cantante favorita, pero no tienen dinero. Una chica mayor que ellas que también pasó por su mismo centro les ofrece una alternativa: mantener relaciones sexuales en los baños de una estación de autobuses a cambio de sexo. La película forma parte de la sección Proyecciones de RTVE.
El filme, con guion de Isa Sánchez, no es amigo de la sutileza. Se empeña tanto en subrayar los actos condenables que la película se vuelve plana y desabrida. El gran valor de Las chicas de la estación, que tampoco funciona en sus decisiones más artísticas, es su faceta de denuncia de la cultura la violación, tan arraigada en nuestro país y mundo.