La primera entrega se hizo sin miras a una secuela. «Esto no iba a tener continuidad», dice el director Galder Gaztelu-Urrutia. «Era una película que tenía que empezar y terminar y morir y punto. Esa era la idea». El futuro tenía otros planes
España entera estaba encerrada en casa cuando el destino de una película empezó a cambiar. Es curioso, pero en pleno confinamiento por la crisis del coronavirus en 2020, el filme más comentado de principios de ese año fue uno en el que sus personajes están también encerrados. El hoyo llegó a Netflix justo cuando las plataformas de ‘streaming’ eran el único alimento audiovisual de los cinéfilos. El largometraje protagonizado por Iván Massagué como protagonista fue un éxito y es uno de los filmes españoles mas vistos de la compañía. El plan original ya no estaba tan claro.
«No es ningún secreto que esto no iba a tener continuidad», dice el director Galder Gaztelu-Urrutia. «Era una película que tenía que empezar y terminar y morir y punto. Esa era la idea». El proceso de hacer el filme fue, en palabras del cineasta, «durillo» y él y los coguionistas David Desola y Pedro Rivero se metieron en otros proyectos tras terminar El hoyo. Un año después, con la incorporación de Egoitz Moreno y con algo de distancia, hacer una secuela empezó a tomar forma. «Empezamos a lanzar cada uno nuestras ideas porque creíamos que, por las preguntas que nos llegaban de aquí y de allá, sí merecía una continuación».
El hoyo 2 no estaba destinada a existir, pero cuatro años después y tras su paso por el Festival de Cine de San Sebastián clausurando la Sección Culinary Zinema, la secuela ya está disponible en Netflix. Milena Smit y Hovik Keuchkerian lideran el reparto de la nueva entrega en la que hay caras nuevas, como las de Natalia Tena y Óscar Jaenada, y otras conocidas, como las de Antonia San Juan y Zorion Eguileor.
«Cualquier actor del mundo hubiese querido estar en El hoyo haciendo el personaje que fuese», afirma Keuchkerian, que se mete en la piel de Zamiatín, un pirómano que entra dentro de esta prisión vertical con un agujero en cada celda por el que baja, cada día, una plataforma llena de comida. La relación de su personaje con Perempuán, el papel de Smit, es lo que arranca la historia. «El puntito es que haya un reto ahí y eso con El hoyo lo había. Había un reto y había una responsabilidad», añade el actor.
Las expectativas de cara a una segunda parte estaban por las nubes y eso era una bendición y una maldición a partes iguales. «Partimos con esa ventaja de que tenemos un producto, una historia que va a interesar, pero, por otro lado, tenemos la dificultad de que esto puede decepcionar», destaca el director.
Como añade:
Fue bastante complejo de afrontar. Evidentemente, tienes que dar más. Tienes que dar más en todos los sentidos, en cuanto a espectacularidad, en cuanto a acción, en cuanto a profundidad de personajes, en cuanto a dimensión de la producción
Más grande, sí, pero sin olvidar que lo que ocurre dentro de esa misteriosa prisión es una metáfora de nuestro mundo. «Todo está más trabajado, con más presupuesto, pero sin obviar la esencia ideológica y política que tenía la primera», recalca Gazter-Urrutia. «No estamos para dar lecciones a nadie, pero sí que queremos proponer ciertos debates que hay ahora mismo en la calle, que son fácilmente reconocibles, y queremos que espectadores y espectadoras participen con nosotros en buscar cada uno su respuesta».
En esta secuela, El hoyo funciona con una ley que busca justicia: que la comida llegue a todos los niveles. Pero, como en la vida, todo se puede envenenar y llevar al extremo. «Al final, todas las creencias, toda la moral, la ética, todas estas convicciones que tenemos, están sospechosamente ligadas con nuestros intereses materiales. Todo este movimiento de la ley, quizá en sus orígenes tuvo un comienzo con unos valores más humanistas, más genuinamente solidarios, y luego se fue yendo al garete. En todas las sociedades, de alguna u otra manera, todas las normas sociales suelen estar muy ligadas a las creencias religiosas o a la ideología».
CONSTRUIR A PEREMPUÁN Y ZAMIATÍN
«Lo llevamos comentando todo el festival: todavía estamos intentando entender la película», dice Smit sobre El hoyo 2. Esa es la gracia, ¿no?, que cada uno le dé un significado diferente. «A Galder le podías hacer preguntas que, muchas veces, ni él mismo sabía responder», añade la actriz.
De cara a construir sus personajes, ni Smit ni Keuchkerian necesitaban responder a todas las incógnitas que plantea el filme. «Hay una cuestión que se llama ‘sentido común», señala el actor. «El hoyo puede ser lo que tú quieras. ¿Me afecta a mí en la relación entre Zamiatín y Perempuán, que nos ha cruzado la vida y que, bueno, ella está ahí por sus motivos y yo por los míos? No. El caso es que no queremos estar, pero estamos. No necesito nada más porque lo demás está. No estamos para perder el tiempo, estamos para centrar el tiro y currar«.
Zamiatín es el personaje de Kuchkerian, a quien el actor vio, tras leer el guion, como un «bebé grande ignífugo». «En el guion tenía el pelo largo y tenía barba y era un tío que no tenía definidos los kilos», recuerda sobre cómo fue dar forma el papel. «Lo sabe cualquiera que trabaje un poco esto: hay una parte absolutamente creativa de construcción. Zamiatín no era eso. Zamiatín no cogía el mechero y se ponía a dar vueltas alrededor del foso. No. Eso no estaba. Pintar la raíz cuadrada de menos uno en la pared no estaba. Él pintaba otra cosa. Que empezase desnudo y se fuese vistiendo tampoco estaba. Cualquier periodista que me pregunte a mí: ‘Qué parte has puesto en la construcción del personaje’. No te digo toda, pero de construcción del personaje, de pasar una cosa de estar en un papel a que cobre vida, toda. Con la ayuda absolutamente del director y del equipo».
Smit, que se mete en la piel de Perempuán, una joven que entra en el hoyo de forma voluntaria porque necesita tiempo, apoya las palabras de su compañero. «En mi caso, lo que es el bagaje del personaje está contado en la película, pero era lo único que yo sabía de Perempuán, lo único con lo que yo contaba», indica. «Fue un personaje que no dejó de evolucionar durante toda la película».
La combinación de Keuchkerian y Smit responde a algo que los creadores de esta saga buscan. Como explica Gazter-Urrutia:
La característica es tener siempre personajes muy extremos, en todos los sentidos. No solo en los papeles más protagonistas, sino en todos, y tener siempre caras muy especiales, muy peculiares, con mucha fuerza. Y generar, en este partido de pimpón que se crea en El hoyo, un partido de tenis, un duelo; poner frente a frente a las dos personas más antagónicas que podemos encontrar. Tanto emocional como físicamente
Y para que Keuchkerian y Smit pudieran hacer su trabajo, Gazter-Urrutia les dio espacio «Nosotros trabajamos muchísimo el guion, pero hay cosas que, por mucho que tú las quieras poner de manera muy específica en el guion, después te llega un actor como Hovik, una actriz como Milena, y tienen sus propias particularidades y tiene su propio talento y su propia manera de entender el personaje», reconoce. «A mí, partiendo de un guion sólido, me gusta mucho, tanto en la preparación como en los ensayos o incluso en el rodaje, dejarles como mucho espacio para que puedan hacer suyos los personajes. Al final, una película es la experiencia que vives a través de los personajes y estos personajes, al final, los hacen ellas y ellos».
60 PERSONAS EN UN HABITÁCULO DE 6X3
Smit gira la cabeza para mirar alrededor de la estancia en la que se está haciendo esta entrevista. Busca referencias. «Estábamos 60 personas dentro de un set que era, a lo mejor, más pequeño que esta habitación», dice. La sala en la que hablamos no es muy grande y dentro somos siete personas. Cuesta entonces imaginarse rodar algunas de las escenas de El hoyo 2. Sobre todo en las que hay mucha gente.
«El propio escenario era un personaje más», indica. «El hecho de entrar ahí ya te colocaba en un lugar que ayudaba mucho al personaje. Tú entrabas en El hoyo y te dejabas de historias. Era muy tenso, era un lugar muy tenso. Éramos muchos, un equipo bastante grande en un set muy pequeño y había momentos de tensión y de conflictos y no es una película especialmente de disfrutar. No es una comedia romántica, es una película que tú sabes que te vas a meter en un marrón y fue un marrón rodar esta película. Fueron tres meses de mucho agotamiento físico y emocional porque, al final, no veías la luz durante todo el día, estábamos completamente a oscuras y solamente con la luz de los focos, había mucha gente en un espacio muy pequeño», afirma.
«El 80% de esta película está rodada en un habitáculo de 6×3», explica Gazter-Urrutia. «De los 54 días de rodaje, Milena, que está en todos los planos prácticamente, le tocaron 50. Milena es una mujer durísima, aguantó y lo dio todo. A todos nos pasa. Cuando sales del hoyo, recién salidos del hoyo, odiamos el hoyo, pero luego queremos volver«.
El hoyo 2 no estaba destinada a existir, pero ya es una realidad. ¿Habrá El hoyo 3? «Eso no es una cosa que dependa de mí» indica el director. «Si El hoyo 2 funciona muy bien, habrá El hoyo 3 y si no, pues aquí se queda. Nosotros tenemos ideas para seguir dos, tres o… No podemos hablar de hasta dónde queremos seguir para seguir haciéndonos preguntas, ir lanzando estas preguntas, que espectadores y espectadoras colaboren y, en algún momento, responder quién, cuándo, dónde y para qué se construyó El hoyo».