Hacer un regalo por compromiso es complicado. No quieres quedar de tacaño, pero tampoco hay que pasarse de generoso por si hay una desproporción evidente entre lo que te regalan y lo que regalas. En las reuniones entre líderes de países es frecuente ver que se dan un obsequio simbólico, y una historia muy curiosa es la que se dio cuando Fidel Castro visitó la República Democrática Alemana.
A él le regalaron un oso de peluche, él regaló una isla caribeña. Y quizá con el oso salió ganando.
Buena vibra. Esta historia comenzó en los 70. Fidel Castro visitó Alemania Oriental, una RDA con la que Cuba mantenía unas buenas relaciones debido a que había un enemigo común: Estados Unidos. Esta unión fue un lazo cultural, ideológico y económico, pero también un modelo para una Cuba que construyó su modelo educativo basándose en el de Alemania Oriental.
Durante la mencionada visita, se dice que a Fidel le regalaron un osito berlinés de peluche. Es algo que debió conmover al líder cubano, puesto que, cuentan los diarios de la época, Fidel extendió un mapa, apuntó a una isla y se la regaló a Alemania Oriental. Sí, enterita.
«Es en la Bahía de Cochinos, donde se produjo la invasión de los imperialistas» dijo Fidel. Se trataba de Cayo Blanco del Sur, una isla de unos siete kilómetros cuadrados con playas paradisíacas que fue rebautizada como Ernst Thälmann, líder del KPD desde 1925 hasta 1933, cuando fue arrestado por la Gestapo.
La RDA caribeña. Los alemanes estaban contentos, ya que era un pedazo del Caribe para la República Democrática Alemana y hasta se grabaron vídeos de la misma enfatizando esa amistad entre Cuba y Alemania del Este. Además, en una de las playas se colocó un busto de Thälmann y, realmente, era lo único que había en la isla, junto a las palmeras y la fauna.
Pero bueno, no dejaba de ser algo propiedad de la RDA y había que aprovecharlo, ya que podía ser un cálido refugio durante los meses más duros del invierno, sobre todo para las élites. El spoiler es que eso nunca sucedió.
Ojo, que es simbólico. Aquí entran en juego dos historias. La primera es la más plausible: los habitantes de la Alemania comunista no podían viajar a la isla. Simplemente, no se la podían permitir. Frank Schöbel, cantante que fue de los pocos que pudo visitar la isla, afirmó que “apenas podíamos ir a Hungría y… ¿queríamos volar al Caribe?”
Por otro lado, circuló el rumor de que todo esto había sido algo simbólico y Fidel no iba a entregar realmente la isla. Simplemente, era un gesto de buena voluntad. Tanto es así que, tras la unificación de Alemania en 1990, se dijo que el regalo del gobierno cubano no había sido tal, por lo que todo el mundo pareció olvidarse de la misma y quedó abandonada a su suerte como una isla caribeña casi virgen.
Molossia se une a la fiesta. ¿Todos? No, la pequeña nación de Molossia (que también tiene una historia curiosa debido a que es una micronación que reclama la soberanía de 4,6 hectáreas en Nevada) declaró la guerra a la RDA. Esto ya es gracioso per se, pero afirman que, como ninguna de las partes alemanas reclamó la isla Ernst Thälmann en la reunificación, la isla sigue siendo parte de la RDA y, por tanto, la guerra continúa.
La RDA no existe desde hace 34 años, pero Molossia reclama la soberanía de la isla. De hecho, y esto no es broma, en la web de la República de Molossia hay un banner que nos invita a comprar bonos de guerra para apoyar la guerra entre la micronación y la RDA.
Pero bueno, al margen de eso, hoy la isla caribeña sigue habitada por la fauna local, palmeras y el busto de Thälmann desfigurado debido a la acción del huracán Mitch en 1998. Forma parte de un territorio de exclusión militar, por lo que no se puede visitar… a menos que se soborne a algún pescador cubano para llegar ilegalmente.
Imágenes | Bundesarchiv, Bild
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