Las primeras semanas de 2025 nos han dejado al borde de una ola de frío, con buena parte de la península por debajo de los 0º en algún momento de esta primera quincena. A pesar de ello, la situación de las estaciones de esquí parece no mejorar pasado un mes del inicio de la temporada en muchas de ellas.
Una tendencia a largo plazo. Un invierno más, las miradas se dirigen a las estaciones de esquí. Lo hacen con preocupación: las temporadas para la práctica de este deporte cada vez se hacen más cortas, las pistas menos numerosas y los kilómetros esquiables, menos.
A nivel global, 2024 ha sido un año extraordinariamente cálido. Aunque la anomalía cálida global se concentró especialmente en los primeros meses del año, la recta final de este no ha estado muy a la zaga.
En España, el otoño pasado fue, según el balance climático de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), muy cálido en comparación con el periodo de referencia (los otoños entre 1991 y 2020). En la España peninsular y Baleares, la anomalía térmica en el trimestre entre septiembre y noviembre fue de 1,1º Celsius (en las Canarias la anomalía fue de 0,6º). De estos tres meses noviembre fue el más anómalamente cálido.
¿Y diciembre? Según la evaluación de AEMET, diciembre fue un mes cálido y muy seco en la Península. La anomalía térmica fue de 0,7º, y las precipitaciones fueron tan solo un tercio de las habituales durante el último mes del año.
El aviso de AEMET. En enero de 2024, la agencia advertía del impacto que el aumento de las temperaturas podría tener sobre este deporte de invierno. Los cálculos de AEMET, basados en los Indicadores de Meteorología y Nieve para el Turismo de Montaña del programa Copernicus auguraban un futuro difícil a las pistas de esquí.
Los cálculos mostraban una reducción generalizada de la duración de las temporadas en todos los escenarios climáticos y en todas las cordilleras de la Península. En el escenario optimista y en los Pirineos el modelo indicaba la posibilidad de que algunas estaciones mantuvieran estable la duración de su temporada. El escenario más severo sin embargo veía la posibilidad de que algunas estaciones tuvieran que echar el cierre tras temporadas sin un solo día de nieve.
La historia es similar para los acumulados. Si bien el impacto puede depender de cada estación y de cada escenario climático, tanto las tendencias observadas como las previstas muestran una tendencia clara: un descenso más o menos pronunciado de los acumulados nieve.
Una temporada incierta. Temporadas de esquí cada vez más cortas es una de las posibles consecuencias de la situación climática, pero no la única. La calidad de la nieve también puede verse afectada por la situación, lo que repercute también en la calidad de la nieve sobre la que se deslizan los esquiadores.
El esquí es lo de menos. La temporada de esquí es clave para la economía en muchos rincones del país, pero las consecuencias de la falta de nieve van más allá. La nieve no deja de ser agua y representa una reserva clave del líquido.
La nieve actúa como cualquier reserva de agua, con la (importante) salvedad de que es el deshielo anual el que controla cuándo y en qué medida el agua pasa a los sistemas fluviales. De hecho son muchos los embalses que ayudan a gestionar ese agua procedente del deshielo, evitando crecidas primaverales y permitiendo su uso controlado.
Sin nieve, esta reserva desaparece, un problema que afecta a la seguridad hídrica de cuencas enteras. Uno de los sectores afectados es el de la ganadería, que depende, al menos en parte, del agua almacenada en los picos cercanos a las explotaciones.
Imagen | Ferran Feixas
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