Las grandes tecnológicas están abandonando décadas de una mezcla de aparente neutralidad política con una marcada tendencia al progresismo y a los candidatos demócratas, sobre todo si comparamos el presente con justo ocho años atrás, cuando Trump estaba a punto de acceder a la Casa Blanca. La historia ha cambiado mucho en este tiempo.
Por qué es importante. Las grandes tecnológicas viven un 2024 muy distinto a 2016. Afrontan la mayor amenaza regulatoria de su historia, con investigaciones antimonopolio y legislaciones desfavorables a sus intereses que amenazan con desmembrar sus imperios y reducir sus influencias.
Trump ahora mismo representa para ellas una oportunidad para evitarlo.
La panorámica. La cena de Mark Zuckerberg con Trump en Mar-a-Lago es un punto de inflexión. Tim Cook ha hecho un giro llamativo: ha felicitado públicamente a Trump, en contraste con 2016, cuando tras su victoria envió un correo a todos los empleados citando a Martin Luther King Jr. y defendiendo la diversidad.
Su mensaje, enfocado en «el ingenio, la innovación y la creatividad» estadounidenses, usa términos que resuenan con la retórica de Trump sin comprometer la marca de Apple.
En detalle. Los CEOs que antes evitaban la política ahora felicitan públicamente al presidente electo. Las amenazas que planean sobre sus empresas son muy grandes. Meta puede verse forzada a desprenderse de WhatsApp e Instagram. Google encara una doble investigación federal que hace peligrar su propiedad de Chrome y parte de su negocio publicitario. Microsoft también está bajo la lupa de la FTC y los fantasmas del pasado vuelven a Redmond.
El contexto global aumenta la presión. Australia ha prohibido las redes sociales a los menores de 16 años, un ejercicio de protección infantil que subraya el fin de la barra libre para las tecnológicas. Canadá ha demandado a Google por prácticas anticompetitivas. Ni hablemos de lo que ocurre en la Unión Europea. La tendencia regulatoria es mundial y parece imparable.
Entre líneas. La industria tecnológica ya no está tan interesada en crecer como hace ocho años. Por supuesto que lo está, pero ahora también busca salvarse. Concretamente, salvarse del impacto que la regulación que defiende la privacidad o la libre competencia puede tener para sus negocios.
Y apuesta por el pragmatismo, así que necesitan acercar posturas con Trump.
El contraste. Hace ocho años era mucho más habitual un cierto activismo en Silicon Valley en contra de la figura de Trump. Hoy los ánimos están sorprendentemente calmados. Tiene su explicación: solo en lo que llevamos de año ha habido más de 130.000 despidos, en 2023 fueron más de 260.000. Eso, y las políticas corporativas, han ido acorralando el activismo político en la empresa.
Todo eso ha transformado la cultura laboral del sector, menos obsesionado con mejorar el mundo y conseguir que permee su cosmovisión, y más en perseguir resultados empresariales sin ambiciones más allá de las paredes de su departamento. El informe de Glassdoor publicado hace un año ya apuntaba en esta dirección: otra fase para las tecnológicas.
El futuro. La forma en que Trump gestione todas esas crisis (las amenazas de prohibición de TikTok, de Meta desmembrada, de Chrome fuera de Google…) determinará qué paisaje digital tienen Estados Unidos y el mundo para los próximos años.
Los líderes tecnológicos son perfectamente conscientes de ello y miran a Trump más como empresarios y menos como activistas, en contraste con lo que ocurrió en 2016.
Imagen destacada | Carles Rabadà en Unsplash
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