Leer algo mientras estás en el trono es una actividad que podríamos calificar de centenaria. Aunque sean las etiquetas de las botellitas que tienes alrededor, pero con algo hay que entretenerse. Por supuesto, el advenimiento del móvil como perfecto compañero de apretones ha hecho que el papel (el que no es higiénico) pase a segundo plano y ya no sea tan habitual encontrarse revisteros en los baños. Pero la cosas es que libros para leer en el baño ha habido siempre. Aunque de un tiempo a esta parte parece haber un renacimiento editorial de este singular subgénero.
Pero antes, algo de historia: previo a la invención del papel higiénico, los usuarios del retrete usaban papel de periódico para limpiarse después de obrar. El motivo: es un papel suave y absorbente. La costumbre siempre ha existido, y hay estudios psicológicos que hablan de que es una actividad que se lleva a cabo para distraer al cerebro del desagradable olor de los excrementos. De hecho, hasta el psicoanálisis ha tratado el tema: James Strachey hablaba de que se trata de un comportamiento netamente infantil; y Otto Fenichel decía que leer en el baño es indicativo de un trauma nacido en la infancia, y parte de un intento inconsciente de preservar el yo cuando sentimos que parte de nuestra materia orgánica se va por el desagüe. Literalmente.
Todo esto hizo nacer una etiqueta literaria, de límites y características tremendamente difusos, pero que Margaret Atwood, autora poco sospechosa de hacer literatura de retrete (‘El cuento de la doncella’) defendía así: «El baño es un lugar donde puedes fingir que estás haciendo una cosa mientras en realidad estás leyendo. Nadie puede interrumpirte. Los compendios de esto y aquello son muy útiles para leer en el baño: pequeños paquetes de lectura dentro de un libro más grande». Por eso la lectura que asociamos al baño son lecturas leves y rápidas, de los recopilatorios de misceláneas a las aventurillas pulp de ‘La Sombra’, entre otras maravillas de consumo fulminante.
Reconociendo que la literatura de retrete es un ente difuso e inclasificable, sí que podemos fijar algunos hitos indiscutibles, al menos en términos de éxito. La serie ‘Uncle John’s Bathroom Reader’ es un clásico del género que comenzó a publicarse en 1988. Desde entonces no han faltado a una cita anual que se mantiene hoy y a la que se suman decenas de recopilatorios y monográficos sobre temas específicos. Contienen una serie de temas y enfoques que se han convertido en clásicos de estos libros: curiosidades, rumores y leyendas urbanas, pequeñas biografías, recortes de periódicos, recopilaciones de muertes inusuales y, por supuesto, trivia variado sobre retretes y lo que se hace en ellos. La serie ha vendido más de 15 millones de ejemplares.
El boom ahora
La bomba (con perdón) llega ahora: siempre hemos tenido libros editados en español para leer en el retrete, pero desde el año pasado hemos detectado un inusual grupo de novedades con las palabras «caca», «trono», «water» y derivados. Son libros no tan orientados a la miscelánea cultural como los clásicos ‘Uncle John’s’, sino directamente, de pasatiempos. Como las clásicas revistas de autodefinidos que se compraban en kioscos, pero con un envoltorio algo más cuqui.
Son libros extremadamente económicos (rara vez superan los diez euros), precisamente porque están pensados para ser leídos en no precisamente en el más aséptico de los entornos, así que conviene que el envoltorio sea lo más sufrido posible. Para hacernos una idea, una sencilla búsqueda en Amazon de los términos «mientras haces caca» nos arroja alrededor de cuarenta títulos. La búsqueda «en el trono», una veintena más. Y luego hay títulos más alambicados como «Visitando al señor Roca».
Está claro que el boom existe, pero no podemos descartar que muchos de estos libros no sean ediciones tradicionales, sino impresiones bajo demanda. Por ejemplo, el autor de «Visitando al señor Roca» es Juan Ramón Motoso Martín, que tiene una amplia bibliografía de libros (muchos solo en formato digital) con portadas (y quizás contenidos) generados por IA y que van de las adivinanzas infantiles a la miscelánea de datos sobre fútbol.
Pero muchos otros sí son reales, y ocupan stands temáticos en las librerías. El boom es tal que incluso ha generado sus propios subgéneros: por ejemplo, el criminal. Desde hace un tiempo, los libros con asesinatos para resolver son frecuentes en las librerías, pero tenemos nuestra propia ralea de crímenes por resolver en el baño: ‘Descubre al asesino mientras haces caca’ o ‘Crímenes y misterios para resolver mientras haces caca’ son algunos de ellos, que se multiplican a veces con muy leves variaciones en el título.
Como vemos, el fenómeno no es nuevo, pero vuelve periódicamente. Quizás la reciente concienciación sobre todo el tiempo que pasamos mirando al móvil tenga algo que ver, y comience a haber cada vez más gente que decide que, al menos mientras se sienta en el retrete, no va a mirar TikTok. Benditos sean, aunque sea solo por eso, los crímenes para resolver en momentos de intimidad.
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