En la década de 1970 ocurrió una historia, una de tantas, donde el hombre trató de modificar el ecosistema de una isla y salió rematadamente mal, tanto, que tardaron medio siglo en solucionarlo. Sin embargo, de entre las historias con el envío de una «solución» a un enclave como protagonista, bien para aniquilar, bien para repoblar, pocas como la ocurrida hace 70 años en una zona del Cáucaso. A diferencia del relato de Japón, aquí todavía no hay manera de solucionarlo.
Introducción: la ambición ecológica soviética. Sobre la década de 1920, el zoólogo soviético Nikolai Vereshchagin emprendió un ambicioso proyecto para «reanimar» y repoblar la fauna del Cáucaso. La idea parecía simple: introducir especies no nativas. Inspirado por el deseo de restablecer ecosistemas y aportar beneficios económicos a través de la caza y el comercio de pieles, Vereshchagin trajo animales de diferentes partes del mundo, confiando en que prosperarían en las montañas y humedales de Azerbaiyán.
Al parecer, a través de sus investigaciones y su libro «Los mamíferos del Cáucaso», Vereshchagin documentó el cambio constante en la región y argumentó en favor de lo que se conocería como «aclimatación»: una estrategia de adaptación de especies que buscaba enriquecer la biodiversidad local, aunque con el tiempo demostrara tener efectos… digamos, no deseados.
El coypu: de experimento soviético a invasor. Y de entre todos los experimentos más notables de Vereshchagin, uno se escribe en mayúsculas con la introducción del coypu, también conocido como nutria o rata de río, una especie de roedor gigante originaria de Sudamérica. Fueron 213 ejemplares llevados a la región, los cuales rápidamente se adaptaron y prosperaron en los humedales de Azerbaiyán.
¿Por qué? Originalmente, los coypus fueron traídos por la calidad de sus pieles, utilizadas en la confección de abrigos y sombreros de lujo. Sin embargo, lo que comenzó como un proyecto de explotación de recursos pronto se convirtió en un problema ecológico. ¿La razón? Los coypus demostraron una alta capacidad reproductiva y una adaptabilidad que les permitió sobrevivir y multiplicarse como si no hubiera mañana sin los depredadores naturales de su hábitat original.
Esta rata es un peligro. Para que nos hagamos una idea, en la actualidad el coypu se considera una de las 100 especies invasoras más peligrosas a nivel mundial. En Azerbaiyán, sus poblaciones son omnipresentes en los humedales, causando importantes daños ambientales al destruir la vegetación autóctona y competir con las especies nativas por el espacio y los recursos. Además, su presencia amenaza los hábitats de aves en peligro de extinción, como el pato cabeza blanca y la grulla siberiana, ya que ambos dependen de estos humedales para su supervivencia.
Hablamos de una especie cuyos adultos miden aproximadamente 60 cm de largo y tienen una cola de 30 cm. Cuando están completamente desarrollados, pesan tanto o más que un terrier Jack Russell. Aunque tienen un aspecto similar al del capibara (el roedor más grande del mundo), los coipos suelen tener menos «seguidores». Un dato da una idea: su característica más notable son sus dientes salientes, un par de incisivos largos y anaranjados que nunca dejan de crecer.
Impacto en la biodiversidad. El impacto ecológico del coypu en Azerbaiyán fue tremendo a lo largo de los años, y especialmente significativo debido a la riqueza natural del Cáucaso, una región considerada como uno de los 25 hotspots de biodiversidad mundial. La criatura no solo devastaba la vegetación de las áreas húmedas, sino que su comportamiento destructivo también fue afectando a las zonas de nidificación de aves. De hecho, estudios realizados en Italia muestran que estos roedores gigantes pueden llegar a aplastar nidos al descansar en ellos, aumentando el riesgo para las especies locales.
No solo eso. La especie continuó propagándose hasta el día de hoy, y del Cáucaso pasó a países vecinos, lo que ha complicado aún más su manejo. La falta de un estudio detallado sobre el tamaño y distribución de sus poblaciones en Azerbaiyán plantea todo tipo de obstáculos adicionales para los ecologistas, quienes no cuentan con una base sólida para desarrollar estrategias de mitigación.
Manejo y programas de recompensa. Hoy, y en respuesta a la expansión descontrolada de la especie, algunos expertos sugieren implementar programas de recompensa por captura, una idea similar a las que han sido efectivas en enclaves de Estados Unidos como Luisiana, donde se ofrece un pago por cada cola de coypu entregada. Sin embargo, otros advierten que estos programas, si bien reducen las poblaciones temporalmente, pueden resultar en cacerías comerciales que no erradican del todo a la especie.
A este respecto, la propuesta de restablecer un sistema de recompensas, vigente en la época soviética, es vista con buenos ojos por organizaciones como WWF Azerbaiyán. Con todo, el actual sistema de tarifas y sanciones en el país, el cual incluso exige a los cazadores un pago adicional por «daños ambientales», desincentiva la caza de coypus. Por tanto, existe un claro contraste con otros países donde se fomenta activamente la reducción de poblaciones invasoras.
Lecciones aprendidas y futuro. Como tantas otras historias similares con la “mano” del hombre por medio, la historia del coypu en Azerbaiyán es un recordatorio de los riesgos de introducir especies foráneas sin una planificación meridianamente cuidadosa y una evaluación del impacto a largo plazo. Aunque nadie duda de que los proyectos de Vereshchagin y sus contemporáneos partieron de buenas intenciones, los efectos colaterales de sus decisiones han sido tremendos para la biodiversidad de la región.
Hoy, ecologistas como Zulfu Farajli contaban a la BBC que abogan por una mayor conciencia pública sobre el impacto de los coypus en los ecosistemas locales, así como por políticas de manejo más efectivas. En última instancia, el caso de esta criatura en Azerbaiyán subraya la importancia de desarrollar un enfoque de conservación basado en la ciencia y la sostenibilidad, asegurando que los ecosistemas puedan recuperarse y prosperar sin la amenaza de especies invasoras.
A poder ser, que la solución nunca sea una rata gigante, por favor.
Imagen | Peter Trimming, Khagani Hasanov1988
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