Llevamos, al menos, 3.000 años consumiendo psicoactivos. Eso de ‘colocarnos’ no tiene nada de novedoso y el análisis de un mechón de pelo escondido en Menorca demostró que los chamanes locales de hace tres milenios ya utilizaban drogas en sus ritos religiosos con el objetivo de potenciar sus sentidos. Esto es algo que también se hacía con fines recreativos y para inducir estados alterados que dieran una ventaja en el campo de batalla.
Y, precisamente, parece que los ‘bárbaros’ germánicos que atacaron roma iban hasta las cejas. Tanto que tenían sus propias cucharillas diseñadas para poder consumir las sustancias.
Furor teutonicus. Mucho se ha discutido sobre el uso que los germanos que entraron en combate contra los romanos hacían de las sustancias que alteraban el estado. Tanto que, en testimonios de la antigua Roma, se describía a los guerreros que, prácticamente sin ropa y aullando, entraban en combate de manera feroz. El término era ‘furor teutonicus’.
Los romanos pensaban que estaban hasta arriba de cerveza o hidromiel y, durante mucho tiempo, se debatió sobre las sustancias que realmente podían haber tomado estos guerreros. Hongos alucinógenos o alimentos contaminados por hongos eran los candidatos preferidos, pero también se realizaron estudios que apuntaban que lo más probable era que ese furor en la batalla fuera fruto de un subidón de dopamina y adrenalina por el propio hecho de entrar en combate.
Las cucharillas. Ahora bien, un nuevo y extenso estudio puede poner todo esto patas arriba. Publicado hace apenas unos días, arqueólogos y biólogos de la Universidad María Curie-Skłodowska de Lubrin en Polonia detallan los usos que varias decenas de pequeños artefactos con forma de cuchara encontrados en contextos arqueológicos germanos podrían haber tenido durante las batallas.
Concretamente, se han hallado 241 artefactos en 116 sitios arqueológicos, principalmente en tumbas, campos de batalla y depósitos militares en las zonas de Escandinavia y el Barbaricum central (los límites del Imperio Romano en la zona germana). Son muchísimas cucharas, pero se han identificado de dos tipos:
- Tipo A1: con un diseño delgado.
- Tipo A2: con una estructura más robusta con diferentes remaches.
Teutonicus cocidus. Identificados los objetos, los investigadores detallan que lo más probable es que sirvieran para lo obvio: el consumo de sustancias. Estas serían plantas y hongos psicoactivos disponibles en la región como opio, beleño o ‘hierba loca’, belladona y hongos como el Amanita muscaria. Las cucharas indican que se podían consumir tanto en polvo como en forma líquida, quizá mezcladas con alcohol, y, como muchas se encontraron adheridas a cinturones, la extrapolación habla de que una parte considerable de los guerreros se colocaba antes del combate.
Sería como un chute de estimulantes para reducir el miedo y el estrés, aumentar la agresividad y el estado de valentía o euforia y entrar en un estado de «trance bélico» para mejorar el rendimiento en el combate. De ahí la ferocidad que describieron los romanos.
No se drogaban a lo loco. Más interesante que el uso de estupefacientes entre el ejército germano y que tuvieran herramientas específicas para drogarse, es la conclusión económica a la que han llegado los investigadores. Al no ser ni uno ni dos los soldados que, supuestamente, se ‘doparían’ antes de entrar en combate, los arqueólogos deducen que existía un nivel significativo de organización y conocimiento de la industria de las drogas.
Utilizaban las plantas y hongos que tenían a mano en cada una de las regiones y las procesaban de la forma adecuada para poder enviarlas a los soldados. Creen que había una economía y una industria alrededor del suministro de drogas, similar a como funcionan las redes actuales, pero de forma legal.
Desmontando las creencias. Algo que choca con el descubrimiento de las cucharillas es que los autores señalan que no hay documentos romanos (al menos, no se han encontrado) que describan directamente estos objetos. Sería un vacío cultural en los escritos romanos, un pueblo que consideraba que el opio estaba reservado para la élite (para ellos) mientras que los bárbaros debían conformarse con el alcohol.
Ahora bien, por descontado, el uso del opio no se limitaba al que podían hacer los ‘bárbaros’. En todo el Mediterráneo se conocía la amapola y egipcios, filisteos, griegos y romanos disfrutaban de sus ventajas y desventajas en diferentes contextos. Y en ese saco están unos germánicos que, según los investigadores, aparte de para la batalla, también podían consumir las sustancias con fines médicos o recreativos.
Imágenes | George Chernilevsky, Degruyter
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