La gran epidemia del siglo XXI se llama salud mental. No lo digo yo, sino los expertos que llevan años advirtiendo sobre el aumento de casos de depresión o ansiedad. Puede que hayan aumentado o lo exterioricemos más, pero enfermedades como la ansiedad nos llevan a responder emocionalmente y de forma anticipada a una amenaza real o percibida, provocando un profundo malestar. En la discusión por ver cómo atajar el problema, las drogas psicodélicas se han hecho un hueco.
Pero una bolsa de un chamán de la cultura Tiwanaku hallada en Bolivia demuestra que hace más de 1.000 años ya se utilizaban estos psicodélicos para tratar ciertas afecciones. Y, mientras la ciencia moderna explora su potencial terapéutico, surgen dudas sobre la apropiación de estos conocimientos sin reconocer sus raíces indígenas.
La bolsa del chamán. El uso de psicoactivos en medicina no es, ni remotamente, algo nuevo. En 2008 se dio un descubrimiento interesante en los Andes bolivianos cuando un grupo de investigadores desenterró un objeto muy curioso: una bolsa de cuero. Se descubrió que había pertenecido a un chamán de la civilización Tiwanaku, una que floreció hace 3.500 años y colapsó en el 1000 d.C.
En el interior del bolso se encontraron herramientas para preparar las «medicinas», así como trazas de las propias medicinas. Había restos de cocaína, componentes de ayahuasca y sustancias como la psilocina que está presente en los hongos psicoactivos. Y esto es relevante porque apunta no sólo a las sustancias, sino a que la civilización tenía sofisticados mecanismos de uso.
Viaje milenario. Excavaciones recientes nos han permitido conocer que las drogas estaban muy presentes —también— en las civilizaciones del pasado. Un ejemplo es el de los participantes del juego de pelota maya que podían jugar con un estado alterado de conciencia. Este uso de psicodélicos se remonta a miles de años atrás, siendo algo común tanto en las civilizaciones americanas como en las europeas y hasta en la China de la dinastía Zhou, donde hace 2.500 años el cannabis era habitual.
Diferencia de enfoques. Su uso no era recreativo, al menos no sólo se consumían por divertimento, ya que lo principal era potenciar que el individuo conectara con lo espiritual. Estas culturas antiguas realizaban ritos en los que las drogas potenciaban el volver a conseguir un equilibrio entre los humanos, la naturaleza y el mundo espiritual.
Yuria Celidwen es académica de la Universidad de California-Berkeley y comentó a BBC que el término «psicodélico» es un concepto occidental moderno. Hay una gran diferencia entre el enfoque tradicional indígena, que «no sólo tiene que ver con rituales y ceremonias, sino con prácticas cotidianas como acudir al curandero si se perdía algo de valor», y el occidental moderno.
«La creencia en occidente es que se pueden utilizar para tratar trastornos de salud mental». Esta visión, según Celidwen, deja a un lado completamente el papel que las «medicinas espirituales» desempeñaron en las comunidades antiguas en escenarios como rituales, exploración de la conciencia, facilitación de la creatividad y los cuidados paliativos.
Efectos encontrados. Con ese enfoque occidental actual centrado en el individuo y en el tratamiento para trastornos como la ansiedad o la depresión, la industria está pivotando sobre la química de las sustancias, dejando a un lado el contexto colectivo y espiritual que las culturas indígenas consideraron esencial para que las propias sustancias funcionaran.
Según Celidwen, «en occidente observamos un pico de bienestar justo después de la exposición inicial a la droga, pero no se mantiene porque no hay un contexto colectivo en torno a la experiencia alucinógena. Debido a eso, se corre el riesgo de crear otra adicción porque la gente sigue recurriendo a ella para obtener esa sensación de bienestar».
Apropiación cultural. Es una diferencia crucial con el objetivo de culturas como la de los wixárikas, que utilizaron el peyote para «recuperar a su comunidad de la anemia después de una gran ola de malaria que agotó su población y su salud hace más de 500 años», comenta Ahau Samuel, un practicante de la tribu chichimeca de Guanajuato.
Osiris Sinuhé González Romero, investigadora de la Universidad de Saskatchewan, afirma que «los rituales psicodélicos eran una forma de recuperar el alma», y algo que los participantes del artículo comparten es que la medicina actual no contempla nada de eso. Y, en una industria que se espera que alcance un valor de 7.000 millones de dólares para 2027, personas como Celidwen (que tiene ascendencia maya) buscan que se reconozcan las voces indígenas en los estudios de las drogas psicodélicas.
Reconocimiento al expertise. Según la investigadora, no hay un reconocimiento del hecho de que muchas de estas sustancias siguen considerándose sagradas para algunas culturas, por no hablar de la mencionada cuestión económica. Denuncia que un retiro psicodélico organizado desde occidente puede costar varios miles de dólares, mientras que los chamanes indígenas ganan entre 2 y 150 dólares por realizar servicios similares.
Y no es sólo una cuestión de dinero. Jules Evans es investigador de psicodélicos en la Universidad Queen Mary de Londres y comenta que los chamanes «tienen mapas, guías y una profunda familiaridad con los estados alterados de conciencia. La gente secular, en general, no los tiene. Como resultado, la experiencia puede desconcertar a la gente y confundirla en cuanto a cómo integrarla en una visión materialista del mundo. Esta confusión existencial puede durar meses o años, y la persona que sale al otro lado puede ser muy diferente a la persona anterior».
Vamos, que puede hacer más mal que bien, algo que se ha visto con el producto estrella de las sesiones espirituales occidentales: la ayahuasca. Quizás, el mayor reto sea aprender no solo de sus medicinas, sino de la conexión que lograron con el mundo que los rodeaba.
Imágenes | Codex Vindobonensis Mexicanus I, MirreNL
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