Hace exactamente ocho años nos hicimos la misma pregunta: ¿qué pasa en Irak? Entonces se había cumplido una década desde la muerte de Sadam Hussein, y el país parecía volver a entrar en un bucle delicado marcado por la imposibilidad de ofrecer un gobierno estable y un caldo de cultivo condimentado con líderes religiosos externos aprovechando el descontento local. Hoy Irak mantiene un complejo tablero político, pero parece estar virando de forma inesperada a un sector inédito: como destino turístico.
Occidente redescubre Irak. Qué duda cabe, estamos ante una de las “cunas” de la civilización, y eso, en un momento de cierta estabilidad, es un negocio. De hecho, Irak está atrayendo un creciente número de turistas occidentales a pesar de las advertencias de seguridad y desafíos legales.
La promoción resulta sencilla con sitios históricos como Babilonia, las Marismas de Mesopotamia o las montañas del Kurdistán. Dicho de otra forma, el país ofrece un viaje único a la historia y cultura que dieron origen a algunas de las primeras civilizaciones humanas. Sin embargo, su reciente pasado de conflictos y su imagen internacional presentan retos para el desarrollo de esa aparente industria turística.
Atracción y dilemas legales. Aunque gobiernos como Estados Unidos, España o Reino Unido clasifican a Irak en estos momentos como un destino al que recomiendan “no viajar” debido a las posibles amenazas de terrorismo, secuestros y conflictos armados, el país parece estar experimentado una relativa estabilidad desde la derrota del Estado Islámico en 2017.
Esto, sumado a la implementación de visados a la llegada para varias nacionalidades desde 2021, ha facilitado el flujo de visitantes internacionales. Con todo, en Irak se produje una paradoja y dilema para el turista de Occidente. El enclave ofrece alguna de las grandes maravillas de la civilización, pero también es el mismo donde existen leyes como la criminalización de las relaciones entre personas del mismo sexo o el de la posible aprobación de enmiendas que podrían permitir el matrimonio infantil. Solo dos ejemplos de medidas que han suscitado dilemas éticos para los viajeros, aunque no han frenado el interés turístico.
Cultura y religión. Como decíamos, Irak es hogar de un patrimonio cultural y religioso inigualable. Sitios como el Jardín del Edén, las ruinas sumerias de Ur o las majestuosas mezquitas en ciudades como Karbala y Najaf atraen tanto a turistas como a peregrinos.
Para que nos hagamos una idea, en 2024, más de 21 millones de personas participaron en el Arba’een, una de las mayores peregrinaciones religiosas del mundo. A este respecto, lugares como la Gran Mezquita de Samarra y los santuarios chiitas impresionan tanto por su arquitectura como por la devoción que generan entre los fieles. Además, iniciativas como la construcción de una nueva iglesia en Ur buscan atraer más peregrinos cristianos.
Nuevas formas de turismo. Es la otra pata que parece estar levantando el sector en el enclave. El denominado como turismo de aventura está creciendo en Irak. ¿Cómo? Empresas como Untamed Borders han introducido actividades como esquí en las montañas del Kurdistán y trekking en el recién inaugurado Sendero de las Montañas Zagros.
Además, este último conecta comunidades remotas a través de antiguas rutas de peregrinación y ofrece a los visitantes una experiencia única en un entorno natural espectacular. Y hay más, también existen eventos como el Maratón de Erbil que promueven el turismo deportivo en la región.
Kurdistán, epicentro del turismo. Contaba la CNN en un reportaje sobre el incipiente negocio que, si hay que nombrar un sitio por encima del resto, ese es el Kurdistán. Con su estabilidad política y autonomía desde 2005, lidera el renacimiento turístico del país. Aquí, ciudades como Erbil están experimentando un auge sin precedentes, con más de 2 millones de visitantes en la primera mitad de 2024.
De hecho, la región apunta a alcanzar los 20 millones de turistas anuales para 2030, eso sí, con una combinación de visitantes internacionales y locales. Al parecer, esto puede ser posible al facilitarse inversiones en infraestructura, como nuevos hoteles y rutas turísticas.
Los “peros”. Qué duda cabe, aunque Irak tiene un potencial turístico inmenso, su industria aún enfrenta desafíos. A los explicados anteriormente sobre las propias políticas del lugar, hay otro de tipo económico. Muchos sitios arqueológicos simplemente carecen de fondos y mantenimiento, mientras que otros aún están en reconstrucción tras años de conflictos.
Además, la imagen de Irak sigue asociada a la guerra y la violencia, un estigma que los operadores turísticos locales tratan de cambiar. A este respecto, Al Makhzomy, fundador de la empresa de turismo Bil Weekend, destacaba que Irak tiene “más de mil historias por contar”, pero que necesitan ser descubiertas por quienes estén dispuestos a ir más allá de las noticias negativas.
Lo que sí parece percibirse es que, a medida que el país se estabiliza, el turismo se perfila como una herramienta clave para revitalizar su economía y mostrar al mundo una nueva cara. Hace 10 años parecía una distopía, pero el eslogan «Irak, destino de vacaciones», aspira a convertirse en el enclave emergente del sector.
Imagen | GetArchive, Adnan Moradi
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