La tendencia es clara. La etapa superior de un cohete chino CZ-9 se desintegró anoche sobre el oeste de México, causando un pequeño revuelo. No ocurrió nada, como tampoco pasó nada hace unas semanas, cuando un cohete Falcon 9 se quemó sobre Polonia, a pesar de que varias piezas grandes sobrevivieran a la reentrada y cayeran en zonas pobladas.
No hubo que lamentar heridos tampoco cuando un anillo de media tonelada apareció en un pueblo de Kenia, cuando parte de una nave Crew Dragon cayó en una granja de Saskatchewan o cuando el maletero de otra Dragon reentró en un glamping de Carolina del Norte. Pero la tendencia es clara.
Estamos tentando a la suerte. Según un informe reciente de la Agencia Espacial Europea, una media de tres objetos de tamaño considerable, como satélites viejos o etapas de cohete, reingresan en la atmósfera cada día. La mayor parte de estos objetos se desintegra durante el frenado atmosférico; y un gran número de las piezas que no, cae de forma controlada en el Pacífico.
Sin embargo, la advertencia de los expertos es clara: esto no ha hecho más que empezar. «Nos jugamos el todo por el todo cada vez que tenemos una reentrada», dijo el astrofísico Jonathan McDowell a Space.com. «Tarde o temprano tendremos mala suerte, y alguien resultará herido por la caída de basura espacial».
De 3 a 15 reentradas al día. Solo en 2024, unos 1.200 «objetos intactos» volvieron a la atmósfera, sin contar con la miríada de fragmentos más pequeños. A pesar de esta constante limpieza natural de satélites y cohetes, cortesía del frenado atmosférico, la cantidad de basura espacial en órbita no deja de crecer. La ESA estima que hay unos 45.700 objetos de más de 10 centímetros orbitando nuestro planeta, un aumento considerable.
Además de los frecuentes lanzamientos espaciales, las constelaciones de satélite, con Starlink a la cabeza, han transformado por completo la escala del sector espacial. «Si SpaceX continúa con sus planes de expandir su constelación a 30.000 satélites, entonces veremos 15 reentradas diarias», explicó McDowell. Los satélites Starlink, desplegados en órbita baja, tienen una vida útil de cinco años. Pronto se les sumarán la constelación Kuiper de Amazon y las constelaciones comerciales chinas.
A la hora de la verdad. La inmensa mayoría de la superficie terrestre es océano o tierra deshabitada, por lo que la probabilidad de que un fragmento impacte sobre una persona sigue siendo muy baja. Pero los incidentes ocurren y son cada vez menos anecdóticos.
En marzo de 2024, un fragmento metálico de 10 centímetros atravesó el techo de una casa en Florida, identificado posteriormente como parte de un palé de baterías desechado desde la Estación Espacial Internacional tres años antes.
¿Y qué pasa con la atmósfera? Más allá del riesgo de impacto, otro asunto preocupa a los científicos atmosféricos: los contaminantes que deja cada reentrada. «El impacto en la atmósfera es mayor que nunca, ya que se están añadiendo más contaminantes destructores de ozono que nunca», dijo Eloise Marais, química atmosférica de la University College de Londres.
La mayoría de los satélites están hechos de aluminio, que al vaporizarse en las capas altas de la atmósfera produce óxido de aluminio. Se sabe que esta sustancia puede acelerar la destrucción de la capa de ozono y contribuir a cambios térmicos. Hasta ahora no eran cantidades significativas, pero a medida que aumentan las reentradas, entramos en terreno inexplorado.
Imágenes | AirLive, Juancho Rodríguez
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